La artillería napoleónica
La artillería de la época napoleónica era de dos tipos: montada y de a pie. En el caso de la primera, los artilleros iban a caballo junto a las piezas, mientras que las baterías de a pie avanzaban andando. La montada tenía, por tanto, mayor movilidad que la otra y su función principal consistía en apoyar de cerca la caballería.
Una batería típica constaba de seis piezas; por lo general, varios cañones con uno o dos obuses. La trayectoria del proyectil de los primeros era casi horizontal, mientras que en el caso de los segundos llegaba a describir un arco bastante alto. Los obuses se clasificaban por el calibre, y los cañones, por el peso de la bala que disparaba.
Las piezas de artillería napoleónicas eran prácticamente una versión a gran escala de los mosquetes de ánima lisa y se cargaban de forma muy similar. No tenían ningún mecanismo para amortiguar el retroceso y, después del disparo, los soldados debían volver a situarlas en la posición inicial. Los proyectiles consistían en balas metálicas redondas y en bolsas o botes de metralla. Estos dos últimos se empleaban fundamentalmente para disparar contra individuos y contenían diminutas bolas de metal o, cuando faltaban éstas, clavos de herradura, cristales, piedrecillas, etc. Los obuses podían arrojar también balas metálicas huecas, de forma esférica, cargadas con explosivo y de las que sobresalía una espoleta. Ésta era encendida por la explosión de la carga propulsora depositada en el cañón del obús y estaba colocada de manera que ardiese durante todo el tiempo que el proyectil tardara en situarse sobre el objetivo. En ese momento detonaba el explosivo, que se dispersaba en todas la direcciones. Para obtener buenos resultados, los artilleros tenían que ser muy hábiles y calcular perfectamente todos los detalles; en numerosas ocasiones, el proyectil caía a tierra antes de hacer explosión. Este tipo de balas tenían también gran capacidad incendiaria, que se utilizó con mucha frecuencia.