El mosquete
El arma más corriente de la infantería durante el período napoleónico era el mosquetón de chispa, ánima (hueco del cañón) lisa y carga por la boca. Medía alrededor de un metro de largo, pesaba de seis a siete kilos y se le podía adaptar una bayoneta de hasta cuarenta centímetros de longitud.
Disparaba un proyectil de plomo que pesaba unos treinta gramos. Para cargarlo había que realizar una complicada maniobra de hasta veinte movimientos consecutivos. El soldado tomaba un cartucho del cinturón que llevaba a la cadera y le quitaba la tapa con los dientes. A continuación, vertía un poco de pólvora del mismo en la cazoleta del mosquete e introducía el resto en el fondo del cañón con ayuda de una baqueta. Luego escupía la bala (que mantenía en la boca con la tapa del cartucho) dentro del cañón y volvía a utilizar la baqueta para apretar el proyectil contra la carga de pólvora. Al accionar el gatillo, una chispa encendía el explosivo de la cazoleta que, a su vez, detonaba el del cañón.
La pólvora húmeda, el pedernal desgastado y los fogones bloqueados causaban numerosos fallos de tiro y, en el entusiasmo de la batalla era muy normal perder la baqueta, con frecuencia por olvidar sacarla del cañón antes de apretar el gatillo. El ánima lisa y la forma irregular del proyectil convertían el mosquete en un arma de tiro poco certero. Podían lanzar una bala a unos 900 metros de distancia, pero en realidad tenían un alcance eficaz inferior a los 100 metros, e incluso entonces las posibilidades de acertar en el blanco eran mínimas. Así pues, para lograr un verdadero impacto, era necesario agrupar el mayor número de armas posibles y dispararlas al mismo tiempo para lanzar una lluvia de balas en la dirección del blanco; de esta forma había más probabilidades de que al menos uno de los disparos causara efecto..