Lineas vs Columnas

De especial importancia para el despliegue de las tropas era la utilización de columnas. Tales formaciones permitían una libertad de maniobra muy superior a la de las líneas. A una columna estrecha y compacta le era mucho más fácil mantenerse alineada que a una delgada barrera de hombres de cientos de metros de longitud. Además podía desplegarse en línea o en cuadro sin demasiados problemas, mientras que variar una formación dispuesta a lo largo y con poco fondo resultaba mucho más difícil y peligroso. Un sistema particularmente eficaz muy utilizado por Napoleón era el orden mixto, que consistía en una combinación de líneas y columnas. En tales formaciones, la potencia de fuego de las primeras se sumaba a la flexibilidad y capacidad de ataque de las segundas, por lo que el oficial al mando podía aprovechar las ventajas de ambos sistemas.

No obstante, el orden mixto apenas se empleó en la Península; los comandantes franceses preferían utilizar sólo columnas, a pesar de que, como es lógico, presentaban una acusada inferioridad frente a las formaciones en línea del adversario desde el punto de vista de la potencia de fuego. Destinada en realidad a la acción de choque, la columna sólo permitía disparar a unas cuantas docenas de hombres, de los miles que a menudo la componían, mientras que todos los soldados de la línea enemiga podían ver el blanco. Debido a esta desigualdad de fuerzas, no es de extrañar, por tanto, que las columnas quedaran prácticamente destruidas cada vez que se enfrentaban a formaciones en línea.

La derrota de las columnas francesas por las líneas británicas constituye una destacada característica de la Guerra Peninsular que merece especial atención. La verdadera función de estas formaciones imperiales era la acción de choque, no el asalto a las filas enemigas que no hubiesen sido batidas antes. Como observó el propio Napoleón: "la columnas no pueden romper las líneas a menos que estén apoyadas por un fuego de artillería superior." Por consiguiente, era necesario debilitar al enemigo, tanto desde el punto de vista material como psicológico, con un bombardeo previo de la artillería y un fuego constante de fusilería; sólo entonces podían ser enviadas las columnas al ataque. En ese momento, la defensa estaría ya al borde del colapso, y la simple aparición de tan apretadas formaciones marchando a la carga bastaba casi siempre para precipitar la huida. Aunque se intentara mantener la línea, habría tal desorden, que la disciplinada y eficaz mosquetería, no lograría detener el avance de la columna. Esta forma de combatir había permitido a las tropas francesas romper las líneas defensivas del adversario en toda Europa durante años. En Jena, por ejemplo, en 1806, dispersaron totalmente un ejército que era célebre por la eficacia de sus formaciones en línea.

Sin embargo, en la Península, Wellington y sus aliados desarrollaron un sistema táctico que consistió en neutralizar la modalidad de ataque utilizada por las tropas de Napoleón. En primer lugar como señalaba el general francés Thomas Bugeaud, "los ingleses ocupaban por lo general posiciones defensivas muy bien escogidas, que dominaban la zona en cuestión, y sólo dejaban ver una parte de sus fuerzas". Con esta táctica, limitaban considerablemente las posibilidades de los ejércitos ofensivos franceses para dirigir el fuego de artillería y, por otro lado, les impedían determinar el número de fuerzas del adversario y la extensión de su posición. Así, en Bussaco, Reynier atacó el centro de los aliados creyendo que se trataba de los flancos y, en los Arapiles, Marmont cometió un error similar.

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