Formación: El cuadro
Además de la línea y la columna, otra formación básica de la infantería era el cuadro. Se podía realizar con cualquier unidad de soldados de a pie, desde pequeños contingentes de tropas ligeras hasta divisiones enteras; pero se componía por lo general de uno o dos batallones. Los soldados rasos formaban los lados de un rectángulo hueco y los oficiales, abanderados, etc., se situaban en el centro. La función de esta formación consistía en rechazar los ataques de la caballería (que siempre cargaba en columnas o en líneas) y, sin el apoyo de otras armas, los jinetes casi nunca lograban traspasarla. La primera fila del cuadro se arrodillaba para presentar una hilera infranqueable de bayonetas al atacante, mientras que las de detrás le lanzaban descargas. Sus posibilidades de rechazar el asalto eran casi seguras, a no ser que el enemigo atacara también con infantería o artillería; la Guerra Peninsular está tachonada de incidentes en los que la caballería, normalmente británica, cargó contra estas formaciones con resultados fatales para los jinetes. El 9 de julio de 1810, por ejemplo, el día en que Ciudad Rodrigo se rindió al ejército de Massena, las unidades del general Robert Craufurd se encontraron con una partida de doscientos soldados de infantería francesa que estaban saqueando una zona situada algo al oeste de la fortaleza sitiada. El general británico envió enseguida sus seis escuadrones de caballería a atacar lo que parecía una presa fácil, pero no recibió más que una penosa lección de táctica. Ante el avance del enemigo, los franceses, al mando de un tal capitán Gouache, formaron un cuadro y, con admirable sangre fría, aguardaron a que sus confiados atacantes se encontraran a menos de diez pasos para lanzarles una serie de descargas mortales. Craufurd abandonó el ataque perdiendo numerosos hombres y tuvo que soportar las iras de Wellington mientras que Gouache fue condecorado.
De este incidente se desprende que una unidad de infantería firme y desplegada en cuadro no tenía nada que temer de la caballería sola, ya que lo más probable es que saliese triunfante de la contienda. Sólo en muy raras ocasiones (como ocurrió en Garcihernández después de la Batalla de los Arapiles) fueron rotos los cuadros por un enemigo a caballo sin el refuerzo de otras armas, y en todos estos casos cabe afirmar que la infantería se encontraba muy desanimada y tuvo el factor suerte en contra.