Batalla de Medina de Rioseco
El 15 de junio de 1808 los franceses comenzaron el primer sitio de Zaragoza, y mientras éste se hallaba todavía en pleno apogeo, Cuesta había reunido los restos de su destrozado "Ejército de Castilla" en Benavente. Además de los 350 soldados de caballería y los tres batallones de infantería con los que contaba, había reclutado suficientes hombres como para formar tres batallones más, aunque no tenía ni un solo cañón. Orgulloso de este pequeño ejército el anciano militar no parecía haber escarmentado con la derrota de Cabezón y se proponía atacar a los franceses. Su plan consistía en iniciar un avance sobre Valladolid y, para llevarlo a cabo, había pedido a las juntas de Galicia y Asturias que le enviasen fuerzas, asegurándoles que, si conseguía volver a tomar la ciudad, las comunicaciones del enemigo con Madrid se verían seriamente amenazadas y la rebelión en el norte de España adquiriría mayor intensidad.
Los asturianos se negaron a participar en el dudoso proyecto de Cuesta y, para contentarle, le enviaron dos pequeños batallones de reclutas. Sin embargo, la junta de Galicia decidió comprometerse en la aventura de Valladolid con todo su ejército, que contaba con 25000 hombres sobre las armas y algunos más en periodo de instrucción. El oficial al mando de tan considerables fuerzas era el general Blake, quien, aunque prefería esperar el ataque de los franceses en las montañas, no tuvo más remedio que acatar las órdenes de sus superiores y marchar a unirse con Cuesta.
El anciano militar insistió en tomar el mando de todas las unidades y se preparó para llevar a cabo su proyecto sin escuchar las advertencias de Blake, aunque logró persuadirle para que dejase una división de reserva, no pudo convencerle de que, con sólo treinta cañones y 1000 soldados de caballería eran demasiado débiles para enfrentarse a los franceses a campo raso. Por tanto, totalmente decidido a tomar Valladolid, el 12 de junio por la mañana Cuesta puso su ejército en movimiento.
Al enterarse del avance de los españoles, el mariscal Bessiéres se apresuró a formar un ejército de campaña con el que hacer frente a esta nueva amenaza. Sus divisiones estaban muy diseminadas y tenía muchos hombres en distintas guarniciones y en el sitio de Zaragoza; pero, a pesar de todo, consiguió concentrar una fuerza de 14.000 soldados (1200 de los cuales eran de caballería) con las unidades que mantenía en los alrededores del cuartel general. Formado por hombres de distinta capacidad y experiencia, desde guardias imperiales hasta divisiones provisionales y de reclutas, y apoyado por cuarenta piezas de artillería, este formidable contingente marchó con notable celeridad a detener a Cuesta.
Los dos ejércitos chocaron cerca de Medina de Rioseco a primeras horas del 14 de julio. Cuesta y Blake pusieron en combate 21000 soldados de infantería, 600 de caballería y veinte cañones, pero los situaron en una posición desventajosa, sin protección por los flancos y con una línea de retirada muy reducida. La pésima táctica de Cuesta empeoró aún más la situación: dividió sus fuerzas en dos partes y dejó una gran distancia entre ellas. El general Blake se puso al frente de la primera, mientras que su superior se situó detrás de él con el resto del contingente, pero a muchos metros de distancia. Tan evidente vacío en la línea del adversario atrajo enseguida la atención de Bessiéres, que decidió atacar a través de él, conteniendo a las unidades de Cuesta a la vez que envolvía y aplastaba a los gallegos. Por consiguiente, mandó la división del general Mouton a contener el flanco norte del enemigo, mientras que él se encargó de ejecutar el verdadero asalto con el grueso del ejército imperial.
Apoyado por el fuego de una batería de veinte piezas situada en el monte de El Moclín, el ala izquierda de Bessiéres, formada por las tropas de Merle, inició un cauto ataque a la posición de Blake, a la vez que se desplazaba hacia el norte con la intención de sobrepasar la línea gallega y envolverla. El general español respondió lo mejor que pudo con un fuego intenso de sus escasas piezas de artillería y moviéndose hacia la derecha en un desesperado intento de mantener al enemigo a raya. Mientras se desarrollaban estas maniobras, Mouton había comenzado a atacar a los alejados batallones de Cuesta con el fin de contenerlos y, al poco rato, al comandante en jefe español se hallaba completamente ocupado en las pequeñas escaramuzas que amenazaban su frente, dejando a las brigadas Blake aisladas y sin apoyo ante el implacable acoso del enemigo.
El plan de Bessiéres se estaba desarrollando perfectamente y enseguida dio comienzo la segunda fase. Los escuadrones de caballería ligera de Lasalle, que se mantenían como reserva en la carretera de Valladolid, se introdujeron rápidamente en la amplia brecha que separaba las dos mitades del ejército español. Al mismo tiempo, la infantería de Merle comenzó a hostigar con ataques más intensos la línea de Blake, en la que, por otro lado, las salvas de la artillería situada en el monte de El Moclín estaban causando grandes estragos. Con el flanco izquierdo desprotegido y recibiendo el ataque de la caballería, y sin apoyo de sus cañones, rebasados ya por la infantería enemiga, de repente, el grueso de las tropas españolas rompieron filas y huyeron despavoridas hacia el oeste en el más absoluto desorden. Perseguidas por la triunfante caballería imperial, sólo lograron escapar a la total destrucción gracias a los heroicos esfuerzos de un batallón navarro que, a pesar de sufrir innumerables bajas, cubrió la retirada de sus camaradas y contuvo al enemigo hasta que las aterrorizadas masas de vencidos cruzaron el río Sequillo.
Tras el golpe decisivo que acababa de asestar a las divisiones de Blake, Bessiéres centró su atención en Cuesta. Formando una nueva línea y agrupando al resto de sus tropas de reserva, avanzó decidido a obtener la victoria total, antes de que los españoles escapasen al otro lado del río Sequillo. Sin embargo, aunque era evidente que no le quedaba otra opción, Cuesta no tenía intención de retirarse. El general español desplegó en columnas los batallones que iban en cabeza y se lanzó al ataque contra el flanco derecho y el centro de la línea enemiga. Algunos granaderos consiguieron un éxito momentáneo sobre la parte central de las formaciones francesas; pero, en realidad, el resultado de tan penoso asalto contra una fuerza más numerosa y envalentonada por el triunfo recién obtenido estaba decidido de antemano. Envueltos por los flancos, los españoles quedaron expuestos a un fuego cruzado, que les obligó a romper la formación y huir a la desbandada. Su comandante ordenó a dos batallones que cubriesen la retirada y escapó a Medina. El contingente de Cuesta resultó relativamente intacto, pero Blake perdió 3000 hombres y toda la artillería. Bessières, por su parte, sufrió 500 bajas a lo sumo.
El único error de los vencedores fue, quizá, no haberse lanzado a una persecución implacable. De haberlo hecho, hubieran infligido a los españoles una derrota de proporciones catastróficas. Pero Bessières era reacio a alejarse demasiado del Sequillo y, además, sus tropas habían estado marchando y peleando desde las dos de la mañana hasta bien entrada la tarde. No obstante los franceses habían conseguido eliminar la amenaza de un ataque a gran escala contra las comunicaciones entre Bayona y Madrid, por lo que el rey intruso pudo viajar sin grandes riesgos a la capital de España.
Pero José Bonaparte no iba a permanecer mucho tiempo en Madrid gozando del triunfo de sus ejércitos. Las noticias del desastre de Bailén (19 de julio de 1808) y los inquietantes partes que llegaban de Portugal obligaron a los invasores a abandonar la capital el 1 de agosto. Pocos días después, todas las tropas que pudieron retirar de las diversas operaciones ofensivas que mantenían en la Península fueron enviadas a defender la línea del Ebro. Sus ilusiones de conquista quedaron hechas pedazos y tenían por delante varios años de amarga guerra.