Batalla de Alba de Tormes
Finalizaba el año 1809 y el balance de la Guerra de la Indepependencia era poco alentador para el ejército español. En ese año perdimos Zaragoza y Gerona tras sendos sitios que inmortalizaron sus nombres. La campaña de Talavera, en la que Wellington venció a los franceses, no produjo los grandes efectos deseados. Nuestros Ejércitos habían sido derrotados en Ciudad Real y Medellín, en Puente del Arzobispo y en Ocaña. Sólo hubo una victoria española en ese año, la de Tamames (18 de agosto de 1809), ya que en noviembre los españoles sufrirían de nuevo una sangrienta derrota en Alba y con ella la mayor parte del territorio español se hallaría en manos de los invasores.
Después del estrepitoso desastre español en Ocaña se paralizaron las operaciones emprendidas por el ejército español de la Izquierda en la campaña tan brillantemente comenzada con la victoria de Tamames. El general español Del Parque no estaba dispuesto a retirarse así como así, como parece debía haber hecho sin pérdida de tiempo, y acampó en las cercanias de Alba de Tormes donde se lo encontró el general francés Kellerman que comandaba una numerosa fuerza de caballería.
Del Parque colocó en la margen izquierda del Tormes dos de sus divisiones y dejó en la villa, en la derecha, las fuerzas restantes con el cuartel general, artillería y bagajes; era éste un error incomprensible ya que no había más comunicación entre ambas orillas que un estrecho puente.
Kellerman se dio cuenta de que el ejército español escaparía a la otra orilla en cualquier momento sin que pudiera hacer nada para impedirlo, ya que sus tropas de a pie se hallaban todavía a muchos kilómetros de allí y por lo tanto no podía atacar más que con la caballería. No obstante, decidió arriesgarse a lanzar un ataque sorpresa para tratar de retener al enemigo hasta que llegase la infantería.
Al sonido de las cornetas francesas, los españoles se apresuraron a formar una línea defensiva. Las tres divisiones se desplegaron rápidamente, mientras que la caballería de Anglona salía a contener a los atacantes, pero todo fue en vano. Con los húsares y los cazadores de Lorcet a la cabeza, la caballería imperial francesa se abalanzó en cuatro arrolladoras oleadas que acabaron enseguida con los jinetes de Del Parque y comenzaron a causar estragos en la infantería. Tras sufrir 3000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, la mitad de los soldados españoles de infantería huyeron hacia el puente sobre el Tormes. El resto de la infantería consiguió formar en cuadro.
Sin embargo el comandante francés no entró en combate con los cuadros españoles. Decidido a sacar el máximo provecho del éxito de su ataque, durante casi tres horas se entretuvo en realizar una serie de maniobras fingidas que impidieron a los españoles escapar a la otra orilla. Incapaz de hacer avanzar refuerzos por entre los numerosos soldados que habían buscado refugio en el puente, Del Parque observaba la desesperada situación de sus hombres desde la ribera occidental mientras, a lo lejos, aparecían las primeras unidades de la infantería francesa.