La contrucción de los fuertes

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Algunos de los materiales que necesitaban los adquirieron de primera mano, como las 30 fanegas de cal que compraron a las Agustinas al empezar la obra, pero la piedra y mampostería empleada en la fortificación la obtuvieron prácticamente en su totalidad de los derribos de los edificios inmediatos, iniciando una destrucción indiscriminada en todo su contorno que se agravó en 1812. Comenzaron tirando a finales de 1809 catorce casas de la calle de Santa Ana y de la calle Larga, para aprovechar su piedra. El 20 de enero de 1810 habían derruido ya veinte y ordenaron el traslado de las monjas de Santa Ana a las Úrsulas y de las dominicas de la Penitencia a las Dueñas para proseguir el derribo con ambos conventos, que quedaron completamente arrasados. El 10 de mayo del mismo año, se ordenaba también al director del hospicio que desocupase el edificio, porque era indispensable su ruina, aunque bien por los ruegos que se hicieron al mariscal o bien porque no se necesitasen ya sus materiales, de momento no se tocó. Estas destrucciones despejaron el entorno inmediato de obstáculos que pudiesen suponer un peligro para la seguridad del fuerte, y por este mismo motivo en mayo de 1811 derribaron las paredes del camposanto construido por Tavira en las proximidades de la puerta Falsa. Para facilitar el control de la ciudad, en septiembre de 1810 empezaron a hacer una ronda interior alrededor de la muralla de algo más de cuatro metros, tirando para ello corrales, casas y todo cuanto les estorbaba.

Los trabajos de fortificación de San Vicente debieron prolongarse hasta 1811, en que quedaría concluido lo fundamental, como refleja el plano de esa fecha. Sin embargo, a finales de enero de 1812 empiezan de nuevo a reforzar todas las defensas y poco después, deciden ampliar significativamente el radio de destrucciones en torno al fuerte, incluyendo numerosos edificios situados en la parte occidental del teso de las catedrales, en la otra margen del arroyo. Así, desde el 10 de marzo, sin previo aviso, comenzaron a demoler la obra nueva del hospicio, incluido el Colegio de la Magdalena, sin dar tiempo al director del mismo de buscar un local para instalar los talleres de las fábricas de lino y lana y a los 150 pobres recogidos en este establecimiento. A los tres días siguieron con el colegio de los Ángeles, el de San Juan, el convento de San Cayetano y parte del colegio del Rey. La calidad artística de estos edificios difería considerablemente. El que fuera Colegio de la Magdalena había sido renovado sustancialmente en la segunda mitad del siglo XVIII: Andrés García de Quiñones había proyectado un patio nuevo y posteriormente su hijo Jerónimo se ocupó de modernizar su fachada, derribando la vieja torre del palacio de los Figueroa y abriendo balcones. El colegio de San Juan -antiguo colegio de San Patricio- debía ser una construcción digna, bien ejecutada, pero de escaso valor artístico, por lo que conocemos sobre, la distribución de sus dependencias, en una planta irregular, y la calidad de sus materiales -sillería y mampuesto de piedra franca-. Tampoco presentaba demasiado interés el colegio de los Ángeles, si bien en la década de los ochenta su antiguo edificio había sido considerablemente ampliado, bajo la dirección de Jerónimo García de Quiñones. El colegio del Rey, por el contrario, era, en opinión de Ponz, "de lo mejor" que había en Salamanca, "obra verdaderamente seria y majestuosa". Para su construcción dieron trazas Rodrigo Gil de Hontañón y Juan Gómez de Mora, concluyéndose su capilla en pleno barroco dieciochesco, como denotaba su decoración, en claro contraste con la sobriedad clasicista del patio. Más modesto y de menores dimensiones, pero no exento de algún valor estético, era el convento de San Cayetano. Se había edificado completamente en la primera década del siglo XVIII bajo la dirección de Domingo Díez; lo más llamativo del conjunto era la espadaña campanario que remataba el pórtico de la iglesia, ornamentada con molduras y roleos, de manera similar o quizá con mayor profusión -a juzgar por las críticas de Ponz- a la espadaña que este mismo arquitecto levantó en la Universidad.

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