La contrucción de los fuertes

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De nada sirvieron las súplicas que se elevaron desde distintas instancias a las autoridades francesas para detener los derribos. De entrada habían previsto eliminar más de la mitad del vecindario de dos parroquias -San Blas y San Bartolomé-, las más cercanas a estas fortificaciones, que correrían la misma suerte que las casas de su feligresía. Así, el 24 de marzo de 1812, por orden del duque de Ragusa, el arquitecto municipal, Blas de Vegas, acompañado por el oficial de ingenieros P. de Fungol, habían procedido a reconocer y tasar las casas que serían derribadas, pues existía una promesa de indemnización a sus propietarios. Según esa tasa, se habrían destruido en esta ocasión por lo menos 172 casas, además de tres jardines, dos paneras, dos fábricas de cerería y diez corrales del arrabal de la Ribera con fábrica de curtidos, con lo que se infringió un grave daño a una de las industrias más importantes de Salamanca. La medida afectó a muchos particulares e instituciones, pero sobre todo a la Clerecía, que tenía muchos inmuebles en la zona. Si tenemos en cuenta que en Salamanca había, según el Catastro de Ensenada, unas 3.000 casas, solamente con ocasión de las obras de fortificación y de una manera premeditada, se destruyó casi el 7% de su caserío.

Con esta medida calles enteras dejaron de existir; se perdió la trayectoria de su trazado e incluso la memoria de su existencia, pues algunas de ellas ni siquiera aparecen con ese nombre en el Catastro de la Ensenada. Es el caso de las calles del Cerro, del Livio, de Cisqueros, del Lienzo, de la Carrera o del Pozo Airón. El resto de las calles afectadas, algunas también desaparecidas, eran las de los Ángeles, Hornillos, plazuela de San Blas, Piñuelas de San Blas, Ronda del Arzobispo, plazuela de Juan de Ciudad, Empedrada, los Milagros, las Cruces, Valflorido, San Pedro, Cuesta de Oviedo, plazuela del Horno, las Mazas, la Longaniza, la Esgrima, la Sierpe y Rinconada de San Juan del Alcázar, todas ellas intramuros. En el exterior las casas derribadas estaban junto a esta misma puerta, y en las calles de la Ribera y de San Lorenzo.

Una vez eliminado el vecindario era más sencillo proseguir con las fábricas de las parroquias. El dos de abril de 1812 el canónigo D. José Salgado, escudado en la presencia intimidatoria de las bayonetas enemigas, ordena trasladar todos los efectos de San Blas y de San Bartolomé a las parroquias de San Benito y San Sebastián, y los del Hospicio, que ya se había empezado a demoler, al convento de San Esteban. Inmediatamente se procede también a destruir por completo el antiguo colegio de la Magdalena y se dejan arruinadas las dos parroquias. En San Blas desmantelaron el tejado y quitaron puertas y ventanas; s&oacuud;lo quedaron en pie las paredes, y éstas "atormentadas y ruinosas".

Lógicamente de poco habría servido tirar las casas y las dos parroquias para despejar el terreno si permanecían en pie los edificios monumentales de la zona. Además estos podían proporcionar unos materiales de mejor calidad para las obras de fortificación. Su ruina es casi simultánea. En abril de 1812 el intendente francés "Monsieur Patri" comunicaba a la Universidad que el Duque de Ragusa había decidido derribar el colegio Trilingüe y el de Cuenca, ambos de su propiedad. Los intentos por evitarlo fueron inútiles y lo único que consiguió aquella fue una promesa de indemnización similar a la acordada con los propietarios de las casas, en función de la tasación que efectuaría el Comandante Du Genie, director de los trabajos del fuerte. En el resto de los edificios actuaron con total libertad, pues habían pasado a ser bienes nacionales. El 11 de abril pusieron ocho minas de pólvora para derribar la capilla del Colegio del Rey, pero tuvieron que repetir la operación hasta lograrlo, dada la solidez de su fábrica. El 7 de mayo se dio orden de derrumbar el Trilingüe y el colegio de Cuenca. Unos días después, el 16, echaron un bando para que toda la ciudad se enterase de que al día siguiente, a las seis de la tarde, volarían los templos del convento de San Agustín y de la Merced Calzada, lo que hicieron también con minas. Y a finales del mismo mes de mayo abatieron con el mismo procedimiento la torre y capilla del colegio de Oviedo, aunque el duque de Ragusa quiso que se conservase el altar y las columnas. Por último, a comienzos de junio, para aislar completamente al fuerte, suprimieron el tramo de la muralla que se extendía desde el recinto de San Vicente a la puerta de San Bernardo, mientras el resto de las puertas permanecían cerradas.

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