La contrucción de los fuertes
Apenas dio tiempo a emplear parte de estos materiales y mucho menos a despejar el terreno que ocupaban algunos de esos edificios, pues el 16 de junio salían las tropas francesas dejando en el fuerte una pequeña guarnición e incendiando en su marcha el barrio de los Milagros y una casa de la ribera, que se habrían consumido de no llegar inmediatamente el ejército anglo-español al mando de Wellington. Salamanca se convirtió pocos días después en el escenario de un enfrentamiento directo entre las baterías francesas e inglesas, emplazadas en lo que había sido el jardín del colegio de Oviedo, en los restos de la obra nueva del Hospicio y en las galerías de San Bernardo, desde donde se trasladaron al poco al lugar del cementerio del obispo Tavira. Como se indica en los planos, las dos primeras estaban orientadas hacia la zona más débil del monasterio de San Vicente, la nororiental, y la tercera hacia el fuerte de San Cayetano. El cruce de fuego incrementó aún más la ruina padecida por este sector de la ciudad, ampliándose en particular a los conventos de San Bernardo, San Francisco, Carmelitas Descalzas y al propio monasterio de San Vicente, objetivo primordial de las bombas, que acabará capitulando al no poder contener el incendio que le consumía. Antes los ingleses habían tomado el reducto de San Cayetano, tras conseguir abrir una brecha en la gola de uno de los baluartes. Zaonero nos dice que quedaron estropeadas muchas casas, principalmente las contiguas al fuerte, pero el bombardeo cruzado alcanzó una mayor amplitud como manifiestan los acuerdos del Ayuntamiento de julio de 1812 relativos al arreglo de la casa consistorial y a la reparación de la cabeza del busto de Alfonso XI, el primero de los medallones de la plaza, que había sido destruida por el fuego de San Vicente.
Por si todo esto no fuera suficiente, y sin tiempo para recuperarse, el 6 de julio Salamanca se despertó de madrugada con una gran explosión, provocada por el estallido de la pólvora extraída de los dos fuertes, que se había almacenado en una panera de la calle Esgrima para su traslado a Ciudad Rodrigo. Tal fue el estruendo y el alcance de la granadas, que los salmantinos temieron que se trataba de la vuelta del enemigo. Las pocas casas que quedaban en las calles de la Sierpe, de la Esgrima y de los Moros, después del derribo de los franceses, se desplomaron sepultando a sus moradores, y en un amplio radio raro sería el edificio intacto. Una monja carmelita describe con gran expresividad la angustia del momento y el estado en que quedó su convento, situado a cierta distancia de esa calle: "... pereció mucha gente, pues arruinó muchos edificios, casas enteras, por lo que en muchos días no se oía más que lamentos... Las gentes de la ciudad, creyendo se les caían las casas, se salían al campo y en muchos días estubieron desenterrando gentes, pues algunas se les hoían gritar, unas no las podían socorrer aunque muchas sacaron debajo de tierra con vida". En el convento señala que entró como "una manta de fuego" ... que "andubo toda la casa y quebró todas las vidrieras del refectorio y el claustro..., quebró las puertas o batidores de la reja de la yglesia..., las del arco, las de la yglesia, sacristía, todas las hizo mil miajas..., arrancó picaportes de las puertas de los tránsitos y pasó por las celdas y haciendo miajas algunos encerados...; toda la casa quedó muy destrozada: las paredes, la portería, la puerta del torno la lebantó, los batidores del locutorio y las paredes, muchas abiertas, y los tejados, por lo que una pared de la media naranja se arruinó". Esta explosión incrementó todavía más los inmensos daños sufridos durante el sitio del fuerte por el cercano convento de San Francisco, cuya hermosa iglesia gótica y claustro principal renacentista, erigido en la década de 1540, quedaron completamente arruinados.
Teniendo en cuenta el comportamiento de los soldados ingleses tras la toma de Ciudad Rodrigo, hay que pensar que su estancia en Salamanca entre julio y noviembre de 1812 no haría más que completar los destrozos causados por los franceses en los conventos habilitados como cuarteles. Sirva de muestra su proceder en el convento de las Bernardas: tras la batalla de Arapiles establecieron su hospital en el claustro y antes de abandonar la ciudad prendieron fuego al monasterio dejándolo en ruinas. Y como culminación de tanto desastre, la venganza francesa en noviembre de 1812 ofreciendo la ciudad al saqueo y al vandalismo de los soldados. Salamanca no se verá libre de la ocupación hasta seis meses después, en mayo de 1813, pero la normalidad tardará todavía en restablecerse. Para entonces cambios irreversibles se habían producido en la ciudad, empezando por su propia fisonomía con pérdidas irreemplazables.